En los últimos años, la prevalencia de sobrepeso y obesidad en niños y adolescentes, ha aumentado considerablemente. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el año 1975, un 4% de la población infantil presentaba sobrepeso y obesidad, mientras que para el año 2016, esta cifra aumentó a más del 18%, con cifras similares entre hombres y mujeres. Además, estudios han concluido, que la prevalencia de obesidad infantil podría estar aumentando, debido a la pandemia del Covid- 19 (1,2).
Por otro lado, el aumento de la prevalencia de sobrepeso y obesidad en niños, está asociado con la aparición de comorbilidades (2 o más enfermedades en simultáneo), las cuales antes se creían, eran sólo enfermedades presentadas por adultos. Entre estas enfermedades se encuentran, la diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedad del hígado graso, apnea obstructiva del sueño, y dislipidemias (alta concentración de grasa en sangre) (2).
Asimismo, se ha determinado que los patrones dietéticos (todo lo que se come y bebe diariamente), y hábitos alimentarios, son fuertes determinantes del sobrepeso en niños y adolescentes. Además, recordemos que los hábitos alimentarios establecidos en la infancia y adolescencia, son los que predisponen las elecciones dietéticas y comportamientos alimentarios en la adultez (3).
La globalización actual, ha llevado a la población joven (niños y adolescentes) a un aumento de practicar el patrón dietético occidental. Este patrón de alimentación, se caracteriza por la presencia de carbohidratos altamente refinados, azúcares, sal, grasas saturadas, grasas trans, proteínas animales, colorantes, y saborizantes artificiales (4).
Por otro lado, existe evidencia científica que asocia el sobrepeso, la obesidad, la resistencia a la insulina, y las enfermedades respiratorias en niños, con los hábitos alimentarios de la dieta occidental. Puesto que, los niños y adolescentes que la practican, estarían consumiendo un exceso de azúcar añadida, grasas saturadas, y alimentos con bajo valor nutricional. Asimismo, consumen muy pocas frutas, verduras, y otras fuentes de fibra, lo que predispone a la población joven, a desarrollar enfermedades en la adultez (2,5).
Por otro lado, la dieta mediterránea es reconocida por ser un modelo de alimentación saludable, por sus múltiples beneficios para la salud y para la calidad de vida. Este modelo dietético, se basa en el consumo elevado de aceite de oliva virgen extra (AOVE), como principal fuente de grasa, además de los frutos secos y semillas. También, un consumo diario de verduras, frutas, legumbres y cereales integrales, un consumo moderado de pescado, lácteos y huevos, y una baja frecuencia de consumo en productos como carnes rojas, ultra procesados, y vino (2,6).
Entre los beneficios que brinda la dieta mediterránea, se encuentran:
Todos estos beneficios han sido asociados con la población adulta, por su alta adherencia (medida en que se cumple el patrón dietético) a la dieta mediterránea, en quienes la practican. Sin embargo, en la población infantil y adolescente, la adherencia a este patrón de alimentación está disminuyendo. Por ejemplo, en España, sólo un 46.4% de niños tienen una adherencia óptima a la dieta mediterránea (menos de la mitad), y esto a consecuencia de los hábitos alimentarios no saludables (2).
Por lo tanto, es importante saber que la dieta mediterránea también brinda beneficios a los niños, y si es implementada cuando estos son aún pequeños, puede contribuir a que, en la etapa adulta, estos tengan hábitos alimentarios más saludables (2).
Como mencionamos antes, la dieta mediterránea también brinda beneficios a la población joven, como niños y adolescentes. A continuación, te mostramos los beneficios comprobados, según estudios científicos:
La dieta mediterránea se caracteriza por el consumo diario de alimentos con fibra, como los cereales integrales, semillas, frutas y verduras. La fibra, es necesaria para la salud de la microbiota intestinal, control de glucosa y colesterol en sangre, y para tener una buena digestión. Además, también se prioriza el consumo de grasas insaturadas (presentes en el aceite de oliva, aceitunas, semillas y frutos secos), necesarias para el desarrollo cerebral de los niños y un correcto funcionamiento hormonal. Y por último, la dieta mediterránea es rica en antioxidantes (presentes en frutas y verduras de diversos colores), los cuales refuerzan el sistema inmunológico, y protegen nuestras células de enfermedades.
Estudios actuales, han encontrado que la dieta mediterránea, puede tener un efecto protector frente al asma. Asimismo, puede contribuir a la reducción de la inflamación de las vías respiratorias, y disminución de otros síntomas característicos. Todo esto, gracias a las vitaminas, minerales, fibra y ácidos grasos de este patrón de alimentación, los cuales tienen propiedades antiinflamatorias (5).
La dieta mediterránea, si es practicada desde la infancia, puede contribuir a disminuir el riesgo de sobrepeso y obesidad en la juventud o edad adulta. Además, se ha comprobado que el practicar este patrón alimentario, puede atenuar la predisposición genética a la obesidad en la adultez (2,7).
Estudios indican que la dieta mediterránea contribuye a disminuir la presión arterial, y la rigidez de las arterias. Además, puede disminuir el riesgo de arterioesclerosis, una enfermedad que se caracteriza por la formación de placas de ateroma. Estas placas están formadas principalmente por grasa, y si llegan a endurecerse, pueden obstruir las arterias y afectar el flujo de sangre en todo el cuerpo (6,8).
La dieta mediterránea, es alta en Omega 3, nutriente que se encuentra presente en pescados y mariscos (como salmón, atún, caballa, y sardinas), y en semillas (como la linaza y la chía). Por lo tanto, gracias a las propiedades del omega 3, la dieta mediterránea contribuye a reducir el riesgo de accidentes y hemorragias cerebrovasculares. Asimismo, protege al cerebro de envejecer prematuramente, y disminuye el riesgo de problemas cognitivos en niños (6,9).
La dieta mediterránea, resalta la importancia de realizar actividad física diariamente, y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los niños y adolescentes, entre 5 y 17 años, deben realizar 60 minutos de actividad física moderada a vigorosa. Asimismo, limitar el tiempo de actividades sedentarias, como por ejemplo, el estar delante de una pantalla (10). Por otro lado, este patrón de alimentación recomienda el agua como la bebida ideal, y también, resalta la importancia de compartir los alimentos en compañía de familiares y amigos. Por lo tanto, estos hábitos pueden ser beneficiosos para los niños, puesto que ellos lo replicarán a lo largo de toda su vida.
En conclusión, la dieta mediterránea es un estilo de alimentación saludable, que sí es beneficiosa en la población infantil y adolescente. Ya que, además de aportar los nutrientes necesarios para su crecimiento, puede disminuir el riesgo de sobrepeso y obesidad, así como, el riesgo de enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas, y respiratorias. Por otro lado, puede contribuir a desarrollar hábitos saludables que pueden ser practicados a lo largo de su vida, como el practicar actividad física diariamente, beber agua, y consumir los alimentos en compañía.
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