Podría decirse que la vitamina D se comporta como una hormona, debido a la multiplicidad de funciones que cumple, y a su comportamiento en el cuerpo humano. Una de sus funciones principales es la de contribuir a la salud de los huesos, y mantener en buen estado al sistema inmunológico. La deficiencia de vitamina D se relaciona con un mayor riesgo de padecer enfermedades crónicas como diabetes, problemas cardíacos, entre otras. Además se encuentra en estrecha relación con la obesidad (1,2).
La principal función de la vitamina D es mantener los huesos sanos y fuertes. Esto se debe a que permite la entrada de calcio a los huesos, dando lugar a su formación, ya que el calcio forma la matriz fundamental ósea. Además, si es necesario, aumenta la absorción del calcio de los alimentos a nivel intestinal (1,2,3).
A su vez, su deficiencia puede provocar osteoporosis y un mayor riesgo de caídas y fracturas.
Se considera deficiencia a valores menores a 20 ng/mL de vitamina D en sangre. El valor óptimo de vitamina D según The Endocrine Society y otras organizaciones internacionales, es de 30 ng/mL. Este valor se considera suficiente para mantener sus funciones normales y ayudar a prevenir enfermedades (3).
Además, contempla muchas funciones más en el organismo humano, que resultan indispensables. Estas son:
La vitamina D se obtiene principalmente de la luz solar, a partir del contacto de los rayos ultravioletas del sol con la piel. Algunas recomendaciones para obtener la vitamina y a la vez cuidar la salud de la piel, son:
Además, se encuentra en algunos alimentos en cantidades variables, como: pescados grasos como sardinas, arenques, atún, caballa, salmón, vísceras como el hígado y aceite de hígado de bacalao, yemas de huevo, hongos, leche y quesos si el animal fue expuesto al sol. Sin embargo estos no pueden considerarse fuentes principales de la vitamina (3).
La suplementación es una alternativa útil en personas susceptibles a tener deficiencia, sin embargo en muchos casos se recomienda como medida preventiva justo antes de comenzar el invierno, para la población general. La posibilidad de suplementación debe considerarse en compañía de un médico o nutricionista, durante la consulta (3).
Según estudios científicos, la dosis y el tiempo de suplementación depende del grado de deficiencia de vitamina D detectado.
Se debe tener en cuenta que dosis muy elevadas de la vitamina durante tiempos prolongados pueden generar intoxicación. Por este motivo, se recomienda consultar con un especialista.
Otro punto importante es considerar cubrir las dosis requeridas con suplementos en formato “gotas” en tomas espaciadas en distintos días, para favorecer su absorción y evitar megadosis (dosis muy altas, en formato “ampollas”). Ya que estas pueden generar un impacto grande y repentino de vitamina D en sangre, provocando que el organismo intente compensar y se termine perdiendo calcio por orina, lo cual sería el efecto contrario al buscado a la hora de suplementar con la vitamina.
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Existen ciertas condiciones que predisponen a la deficiencia de vitamina D. Estas son:
Existe una controversia respecto a si la vitamina D es una de las causas o sólo una consecuencia de la obesidad, ya que la deficiencia de vitamina D y la obesidad se retroalimentan mutuamente. Dicho de otro modo, la deficiencia de dicha vitamina tiende a desregular el metabolismo, aumentando las probabilidades de desarrollar obesidad y la obesidad, a su vez, predispone a aumentar la deficiencia de la vitamina (2).
Por un lado, se considera la hipótesis de que en personas con obesidad, la vitamina D se “diluye” debido a los mayores volúmenes de grasa corporal y demás tejidos del cuerpo. Por lo tanto, sus valores de la vitamina en sangre detectados serán menores (2).
Por otro lado, se cree que la grasa corporal tiende a “secuestrar” una proporción de vitamina D, impidiendo su acción en otras partes del cuerpo, ya que esta vitamina es compatible químicamente con la grasa corporal.
En muchos casos, el tratamiento sugerido para la deficiencia crónica de vitamina D en obesidad es la suplementación, y por otro lado, el descenso de peso para poder regularizar los valores de vitamina en sangre.
La deficiencia de vitamina D, además se relaciona con una menor liberación de insulina, que es la hormona encargada de regular la glucosa en sangre. De esta forma, existe una mayor predisposición a desarrollar diabetes y a que, una vez instalada, sea más difícil de tratar (4).
Además, la suplementación con vitamina D mostró resultados favorables en cuanto a resistencia a la insulina, liberación de insulina y un marcador específico que se mide en personas con diabetes, que es la hemoglobina glicosilada. Esta es una molécula de la sangre, que transporta oxígeno por todo el cuerpo, a la cual se le “adhiere” una molécula de glucosa debido a los niveles altos de glucosa en sangre. La suplementación parece mejorar en pequeñas proporciones estos parámetros, en algunas personas (4).
Aunque es necesaria una mayor evidencia científica, el tratamiento del dolor crónico (dolor sostenido en el tiempo) parece mejorar en algunos casos, ante la suplementación de vitamina D (5).
Esto puede deberse a que su deficiencia se relaciona con una mayor inflamación corporal. La insuficiencia de dicha vitamina predispone a que se genere una respuesta del sistema inmune (de defensa) en el organismo, desencadenando inflamación. En cambio, valores normales de vitamina D en sangre, se asocian con una mejor regulación de la inflamación a nivel general (5).
De todos modos, se debe tener en cuenta que recurrir a la suplementación, si existen valores normales de vitamina D en sangre, no presentará mejoras extra. Sólo se considera necesario suplementar en aquellos casos en que exista deficiencia.
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Licenciada en Nutrición Magalí Pezzarini
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